Coronación

Durante la ceremonia Carlos III lució la corona de San Eduardo, la más importante de todas las joyas de la corona británica. Forjada en el siglo XVII para Carlos II, durante la Restauración inglesa, sustituye a la corona medieval del último rey anglosajón, destruida por los republicanos de Oliver Cromwell, y es el símbolo clave de la transferencia del poder real. Sin embargo, la corona de San Eduardo es demasiado pesada, por lo que el rey utilizó posteriormente la corona imperial, más moderna y ligera, aunque también de enorme valor: entre sus gemas se encuentra el Cullinan II, la segunda piedra más grande tallada del diamante Cullinan, en su momento el mayor diamante hallado en el mundo.

Camila, lució las tres siguientes piezas del Cullinan, engarzadas ex profeso en la corona de la reina María. La reina homenajeó así a Isabel II, ya que las gemas formaban parte de su colección personal.

La jornada de la coronación comenzó con el desfile del rey por Londres, ataviado con uniforme militar y acompañado de su esposa, la reina Camila, en carroza desde el palacio de Buckingham hasta la abadía de Westminster. En contra de la tradición, los reyes utilizaron un carruaje distinto al de la vuelta para este trayecto: viajaron en la carroza que se construyó en 2012 para el Jubileo de Diamantes de Isabel II.

Tras la ceremonia, los reyes volvieron al palacio de Buckingham haciendo el mismo recorrido de la ida, pero ahora sí en la Carroza Dorada, utilizada en las seis coronaciones anteriores.

El arzobispo, Justin Welby, tomó juramento a Carlos III junto a la silla de coronación, una pieza de mobiliario con 700 años de historia que desempeña un papel central, ya que se diseñó para alojar un bloque de arenisca llamado piedra de Scone o del Destino, sobre la que se han coronado todos los reyes ingleses, salvo María II.

El juramento es el único paso del ritual exigido por la ley: Carlos se comprometió a reinar bajo el imperio de la ley, a ejercer la justicia con misericordia y a mantener la Iglesia de Inglaterra.

Tras el juramento y la unción, el rey recibó los atributos reales, que comprenden varias prendas y joyas de enorme valor simbólico. Los ropajes incluyeron la 'supertúnica' de seda bordada en oro y el manto imperial. Y entre las joyas, las más importantes son el Orbe Real y el cetro con la cruz, que representan su poder temporal, y el cetro con la paloma, que simboliza su poder espiritual como cabeza de la iglesia anglicana.